viernes, 26 de marzo de 2010

Si estáis en Madrid...


Ya está aquí la Semana Santa. ¿Sois de los afortunados que os marcháis de vacaciones? Entonces disfrutadlas, pasadlo bien y nos vemos a la vuelta. Si estáis en Madrid, tal vez os apetezca dar un paseo por el Retiro y comprobar in situ la llegada de la primavera, ¡allí estaremos Lisa y yo!

sábado, 20 de marzo de 2010

Microcosmos


Ya comenté en el post anterior que los perros no son bien recibidos en la Rosaleda. Las normas del parque también prohíben que paseen sin correa la mayor parte del día (salvo unas pocas horas por la mañana y por la noche), y unos desconcertantes rótulos a ras de suelo advierten a los visitantes: "Prohibido pisar el césped. No perros sueltos".
Durante los fines de semana, las praderas del Retiro están salpicadas de parejas, familias y grupos dispuestos a disfrutar de un pícnic campestre, pertrechados con bocadillos, fiambreras, bebidas y bolsas de patatas fritas. A ver quién es el guapo que les dice que se levanten, que no se puede pisar el césped, que les va a caer una multa si no sacan el trasero de la hierba. Sería absurdo, ¿verdad? Por favor... ¡si no hacen daño a nadie! Sin embargo, date una vuelta por el parque hacia las cinco de la tarde: los envoltorios de las patatas fritas, los restos de papel de aluminio, las botellas vacías y las bolsas de plástico donde todo llegó siguen ahí, aunque ya sin dueño.
Si prefieres acercarte al parque los sábados o domingos por la mañana, bien temprano, prepárate para sufrir las huellas del botellón (orgánicas e inorgánicas). Horas antes, por la noche, las patrullas de policía que recorren el Retiro ignoran a las pandillas de adolescentes con ganas de divertirse y ensuciar; los evitan en la Montaña Artificial; los evitan en la puerta del Niño Jesús. ¿Qué van a hacer? ¿Detenerlos? Tampoco hay que exagerar.
De acuerdo, pero entonces quisiera saber por qué Lisa no puede entrar en la Rosaleda, por qué no puede pasear sin correa a las seis de la tarde, por qué me impondrían una multa si no recogiese sus deposiciones (la manga ancha en el cumplimiento de la normativa no se aplica en el caso de los perros), por qué ella no puede pisar el césped. En realidad es una pregunta retórica, porque ya sé la respuesta. En el microcosmos que es el Retiro, Lisa está discriminada. Esta metáfora de la sociedad por la que paseamos todos los días es tan imperfecta como la sociedad misma. Las leyes que benefician a unos perjudican a otros; los débiles tienen menos oportunidades y los fuertes ejercen su autoridad según les conviene. En el parque hay de todo, personas responsables y personas incívicas, amables, déspotas, solidarias; hay chulos, deportistas, exhibicionistas, marginados, pijos, vagabundos, delincuentes y artistas. Ni siquiera en un espacio tan pequeño hemos sido capaces de crear una versión mejorada de nosotros mismos.

lunes, 15 de marzo de 2010

Percibir la belleza


Número de encuentros con ardillas: 0.
No importa que me pasee por el Retiro a diario, hay lugares de los que no puede una cansarse. Sin duda contribuyen a ello los cambios de estación, que transforman los elementos que configuran el conjunto y les otorgan una apariencia nueva. Le ocurre al palacio de Cristal, que en mi opinión se ha desprendido de la imagen melancólica y fantasmal que ofrecía estos meses atrás, en especial los días lluviosos, y se ha instalado definitivamente en el look primaveral.
Hoy he pasado con Lisa frente a la escalinata de acceso, y una vez más me he detenido para observar de cerca la filigrana de los azulejos y los reflejos del sol en las planchas de vidrio, maravillosos a mediodía. Incluso he hecho una foto. Lisa ha esperado a mi lado pacientemente, pero hace semanas que la observo y me he dado cuenta de que no muestra interés alguno por la arquitectura. No puedo reprochárselo, al fin y al cabo es un perro. Sin embargo, he comprobado que se siente atraída por la Rosaleda, del mismo modo que por los árboles majestuosos o las colinas tapizadas de hierba. Y me he preguntado: ¿acaso su cerebro está preparado para percibir la belleza? Si así fuera, se trataría de un concepto de lo bello asociado a la naturaleza, y no al arte. En los siglos XVIII y XIX, el ansia por conocer lugares remotos y vivir nuevas experiencias llevó a muchos a emprender viajes, en ocasiones a entornos verdaderamente salvajes e inexplorados. Salvando las distancias, tal vez Lisa, cuando sale de casa, se encamina a su Grand Tour particular por el Retiro. Eso sí, prohibido pisar la Rosaleda: no se permiten perros. Vaya por Dios.

martes, 9 de marzo de 2010

Ellas siempre ganan


Al llegar a casa después del paseo con Lisa, F. suele hacerme una pregunta: “¿Habéis visto alguna ardilla?”.
Resulta que los árboles del Retiro están pobladísimos de estos roedores, que se reintroducen periódicamente en el parque. La última suelta (cinco ejemplares) tuvo lugar en mayo de 2008 y, según mi experiencia, resultó muy exitosa. Digo esto porque, prácticamente a diario, Lisa y yo nos topamos con alguna. Más de uno pensará: “Qué suerte. Ya me gustaría a mí salir a pasear y ver ardillas”. Pues no, no es una suerte.
Lisa tiene una obsesión, y es precisamente ésa: las ardillas. Cuesta creer que unos animalitos supuestamente tan simpáticos e inofensivos desencadenen una transformación tan brusca en su comportamiento. Es visto y no visto: orejas alzadas, cuerpo en tensión, balanceo de la cola y embestida, en este orden. Lisa echa a correr, y ya nadie puede pararla. La ardilla, mientras tanto, observa al enemigo sin inmutarse, y la muy descarada aguarda hasta el último momento para trepar al árbol más cercano, pero no hasta la copa, no. Se detiene a una altura prudencial, digamos unos cómodos cinco o seis metros, y entonces ocurre lo peor para Lisa, porque su presa, no contenta con haber escapado, se dedica a humillarla, se regodea en su triunfo y empieza a hacer unos ruiditos sospechosamente parecidos a una carcajada. Maldita ardilla. En ese momento, incluso yo misma desearía hincarle el diente. Lisa no le quita ojo, ¡no se da por vencida! En esa posición, mirando hacia arriba y agitando la cola, podría quedarse una eternidad, y no le bastaría para asumir la evidencia: en el combate entre ardillas y perros, ellas siempre ganan.
Al llegar a casa después del paseo con Lisa, suelo responder, parafraseando a Bridget Jones:
“Número de encuentros con ardillas: 1”.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Después de la tempestad...


Hace unos días no pudimos salir a la hora habitual, porque en ese momento llovía a mares, de modo que aplazamos nuestro paseo. Hacia las cuatro de la tarde, repentinamente, dejó de diluviar, y enfilamos Amado Nervo. Los que frecuentáis el Retiro ya sabéis que uno de los mejores momentos para darse una vuelta por allí es después de una buena tormenta, así que no tengo que describiros cómo estaba el parque. Para los demás, os diré que el ambiente es espectacular: todo parece nuevo, limpio, a estrenar. Alguien retiró lo que había y colocó en su lugar nuevos prados, árboles, bancos, pájaros, caminos, fuentes... “Si te apetece, pasa y recórrelo todo, como si estuvieras en tu casa”. Así nos sentimos Lisa y yo. La luz es especial, transparente; huele a tierra húmeda, los senderos vírgenes esperan que alguien los pise, los gatos asoman la cabeza después del peligro y las piernas responden como pocas veces. Sé que tengo una sonrisa en la cara, me lo noto, y me gusta esa sensación. Lisa está feliz, husmea todos los obstáculos que nos salen al paso: setos, árboles, estatuas, hierba. He leído que el olfato es su sentido más desarrollado, e imagino que para ella este paseo debe de ser algo así como para mí ir el sábado al mercado: estimulante y tentador.
Una de las zonas del Retiro que más le gustan a Lisa (y a mí) es el Jardín Chino, especialmente los prados al sur del estanque del palacio de Cristal. Los pinos tienen una altura impresionante, y están acompañados por otra especie botánica nada común, al menos en estas latitudes. Se trata de una palmera, aunque un poco especial. De niña, yo siempre dibujaba los troncos de los árboles más anchos en la base, supongo que me parecía que así su forma se aproximaba más a la realidad (y años más tarde supe que también a las leyes de la física). Sin embargo esta palmera desafía mi mapa mental: la base del tronco no tendrá más de 6 centímetros de radio y, a medida que se eleva, tremendamente esbelta, se va ensanchando hasta llegar a esas ramas curvas que todos nos imaginamos. Es la palmera más elegante que yo he visto, además de un prodigio de estabilidad. Estos días atrás, con lluvias, viento y ciclogénesis explosivas azotando el Retiro, me he topado con dos pinos monumentales derribados, arrancadas de cuajo las raíces. Pero las palmeras de Fortune, que así se llaman, ahí siguen, pavoneándose como si tal cosa. Lisa y yo las veremos de nuevo mañana.