sábado, 17 de abril de 2010

Hablar con las manos


Sé que me repito si afirmo que el Retiro es un microcosmos, una suerte de universo paralelo, pero es que no salgo de mi asombro a cuenta de este parque y las pequeñas historias que encierra. Hoy, además, certifico que el Retiro tiene vínculos poderosos con la lengua y su finalidad última, la comunicación, y no me refiero a que la Feria del Libro de Madrid se instale en el paseo de Coches todos los años.
En el post que publiqué el 9 de abril aludí a la figura de dos hombres ilustres que tienen sendos monumentos aquí, Ricardo Codorníu y Carlos Cortezo, relacionados, al margen de su actividad profesional, por apoyar la causa esperantista a principios del siglo XX. Cien años después, no hay que ser muy perspicaz para darse cuenta de que se dejaron seducir por una utopía, a la vista de los pobres resultados que arroja la penetración del esperanto en la sociedad moderna, no digamos ya como herramienta para facilitar el entendimiento entre personas y, en última instancia, ayudar a conseguir la paz entre los pueblos (un inciso: ya sabéis que el inventor de este idioma, Zamenhof, era oftalmólogo, y, lo siento, me ronda por la cabeza la broma fácil y no puedo resistirme, demostró tener muy poca vista).
El artículo de hoy, sin embargo, está centrado en dos personas cuyos objetivos se alejaron de propósitos tan elevados, aunque, como aquéllas, fueron pioneras en su tiempo, y también, ¡oh, casualidad!, la meta a alcanzar fue la comunicación, aunque desde un punto de vista más práctico. Y ambas, por supuesto, tienen un monumento en el parque del Retiro que yo no habría descubierto de no ser por Lisa.
Francisco de Paula Martí Mora fue grabador (retened este dato), pero publicó en 1803 un libro titulado Tachigrafía castellana; ó Arte de escribir con tanta velocidad como se habla y con la misma claridad que la escrítura comun; en otras palabras, es el inventor de la taquigrafía española, una técnica de origen muy antiguo que había caído en desuso y que por entonces se volvía a emplear en otros países europeos. El método se basa en la representación de letras y palabras mediante caracteres y trazos especiales, y se emplea hoy para transcribir los debates en los parlamentos o registrar cuanto sucede en un juicio. Me pregunto por qué no nos enseñaron taquigrafía en el colegio, habría resultado utilísimo para tomar apuntes. No sé si aún existen aquellas escuelas que proliferaron en los ochenta donde se impartían clases de taquigrafía y mecanografía, ¿os acordáis? Solían anunciarse con rótulos de letras negras sobre fondo amarillo. Lo confieso: yo asistí a clases para aprender a escribir a máquina, aunque con poco éxito. La verdad, yo creo que no lograba concentrarme a causa del ruido. Sólo con recordar aquella sala, donde había por lo menos veinticinco personas aporreando su Underwood, me entran escalofríos.
Creo que se me habría dado mejor, por motivos evidentes, la técnica que inventó Pedro Ponce de León en el siglo XVI. Este pedagogo leonés fue monje benedictino y dedicó sus días a enseñar a escribir a niños sordos, para lo cual creó un alfabeto que representaba las letras de la lengua oral con ambas manos (bimanual). Curiosamente, esta técnica es la que se usa en los países anglosajones (en España las personas sordas emplean el sistema unimanual, o manual). En la Biblioteca de Catalunya se conserva un grabado precioso que ilustra el alfabeto manual español, fechado en 1815 y realizado por... Efectivamente: Francisco de Paula Martí Mora.

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