miércoles, 3 de marzo de 2010

Después de la tempestad...


Hace unos días no pudimos salir a la hora habitual, porque en ese momento llovía a mares, de modo que aplazamos nuestro paseo. Hacia las cuatro de la tarde, repentinamente, dejó de diluviar, y enfilamos Amado Nervo. Los que frecuentáis el Retiro ya sabéis que uno de los mejores momentos para darse una vuelta por allí es después de una buena tormenta, así que no tengo que describiros cómo estaba el parque. Para los demás, os diré que el ambiente es espectacular: todo parece nuevo, limpio, a estrenar. Alguien retiró lo que había y colocó en su lugar nuevos prados, árboles, bancos, pájaros, caminos, fuentes... “Si te apetece, pasa y recórrelo todo, como si estuvieras en tu casa”. Así nos sentimos Lisa y yo. La luz es especial, transparente; huele a tierra húmeda, los senderos vírgenes esperan que alguien los pise, los gatos asoman la cabeza después del peligro y las piernas responden como pocas veces. Sé que tengo una sonrisa en la cara, me lo noto, y me gusta esa sensación. Lisa está feliz, husmea todos los obstáculos que nos salen al paso: setos, árboles, estatuas, hierba. He leído que el olfato es su sentido más desarrollado, e imagino que para ella este paseo debe de ser algo así como para mí ir el sábado al mercado: estimulante y tentador.
Una de las zonas del Retiro que más le gustan a Lisa (y a mí) es el Jardín Chino, especialmente los prados al sur del estanque del palacio de Cristal. Los pinos tienen una altura impresionante, y están acompañados por otra especie botánica nada común, al menos en estas latitudes. Se trata de una palmera, aunque un poco especial. De niña, yo siempre dibujaba los troncos de los árboles más anchos en la base, supongo que me parecía que así su forma se aproximaba más a la realidad (y años más tarde supe que también a las leyes de la física). Sin embargo esta palmera desafía mi mapa mental: la base del tronco no tendrá más de 6 centímetros de radio y, a medida que se eleva, tremendamente esbelta, se va ensanchando hasta llegar a esas ramas curvas que todos nos imaginamos. Es la palmera más elegante que yo he visto, además de un prodigio de estabilidad. Estos días atrás, con lluvias, viento y ciclogénesis explosivas azotando el Retiro, me he topado con dos pinos monumentales derribados, arrancadas de cuajo las raíces. Pero las palmeras de Fortune, que así se llaman, ahí siguen, pavoneándose como si tal cosa. Lisa y yo las veremos de nuevo mañana.

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