martes, 9 de marzo de 2010

Ellas siempre ganan


Al llegar a casa después del paseo con Lisa, F. suele hacerme una pregunta: “¿Habéis visto alguna ardilla?”.
Resulta que los árboles del Retiro están pobladísimos de estos roedores, que se reintroducen periódicamente en el parque. La última suelta (cinco ejemplares) tuvo lugar en mayo de 2008 y, según mi experiencia, resultó muy exitosa. Digo esto porque, prácticamente a diario, Lisa y yo nos topamos con alguna. Más de uno pensará: “Qué suerte. Ya me gustaría a mí salir a pasear y ver ardillas”. Pues no, no es una suerte.
Lisa tiene una obsesión, y es precisamente ésa: las ardillas. Cuesta creer que unos animalitos supuestamente tan simpáticos e inofensivos desencadenen una transformación tan brusca en su comportamiento. Es visto y no visto: orejas alzadas, cuerpo en tensión, balanceo de la cola y embestida, en este orden. Lisa echa a correr, y ya nadie puede pararla. La ardilla, mientras tanto, observa al enemigo sin inmutarse, y la muy descarada aguarda hasta el último momento para trepar al árbol más cercano, pero no hasta la copa, no. Se detiene a una altura prudencial, digamos unos cómodos cinco o seis metros, y entonces ocurre lo peor para Lisa, porque su presa, no contenta con haber escapado, se dedica a humillarla, se regodea en su triunfo y empieza a hacer unos ruiditos sospechosamente parecidos a una carcajada. Maldita ardilla. En ese momento, incluso yo misma desearía hincarle el diente. Lisa no le quita ojo, ¡no se da por vencida! En esa posición, mirando hacia arriba y agitando la cola, podría quedarse una eternidad, y no le bastaría para asumir la evidencia: en el combate entre ardillas y perros, ellas siempre ganan.
Al llegar a casa después del paseo con Lisa, suelo responder, parafraseando a Bridget Jones:
“Número de encuentros con ardillas: 1”.

No hay comentarios: