sábado, 20 de marzo de 2010

Microcosmos


Ya comenté en el post anterior que los perros no son bien recibidos en la Rosaleda. Las normas del parque también prohíben que paseen sin correa la mayor parte del día (salvo unas pocas horas por la mañana y por la noche), y unos desconcertantes rótulos a ras de suelo advierten a los visitantes: "Prohibido pisar el césped. No perros sueltos".
Durante los fines de semana, las praderas del Retiro están salpicadas de parejas, familias y grupos dispuestos a disfrutar de un pícnic campestre, pertrechados con bocadillos, fiambreras, bebidas y bolsas de patatas fritas. A ver quién es el guapo que les dice que se levanten, que no se puede pisar el césped, que les va a caer una multa si no sacan el trasero de la hierba. Sería absurdo, ¿verdad? Por favor... ¡si no hacen daño a nadie! Sin embargo, date una vuelta por el parque hacia las cinco de la tarde: los envoltorios de las patatas fritas, los restos de papel de aluminio, las botellas vacías y las bolsas de plástico donde todo llegó siguen ahí, aunque ya sin dueño.
Si prefieres acercarte al parque los sábados o domingos por la mañana, bien temprano, prepárate para sufrir las huellas del botellón (orgánicas e inorgánicas). Horas antes, por la noche, las patrullas de policía que recorren el Retiro ignoran a las pandillas de adolescentes con ganas de divertirse y ensuciar; los evitan en la Montaña Artificial; los evitan en la puerta del Niño Jesús. ¿Qué van a hacer? ¿Detenerlos? Tampoco hay que exagerar.
De acuerdo, pero entonces quisiera saber por qué Lisa no puede entrar en la Rosaleda, por qué no puede pasear sin correa a las seis de la tarde, por qué me impondrían una multa si no recogiese sus deposiciones (la manga ancha en el cumplimiento de la normativa no se aplica en el caso de los perros), por qué ella no puede pisar el césped. En realidad es una pregunta retórica, porque ya sé la respuesta. En el microcosmos que es el Retiro, Lisa está discriminada. Esta metáfora de la sociedad por la que paseamos todos los días es tan imperfecta como la sociedad misma. Las leyes que benefician a unos perjudican a otros; los débiles tienen menos oportunidades y los fuertes ejercen su autoridad según les conviene. En el parque hay de todo, personas responsables y personas incívicas, amables, déspotas, solidarias; hay chulos, deportistas, exhibicionistas, marginados, pijos, vagabundos, delincuentes y artistas. Ni siquiera en un espacio tan pequeño hemos sido capaces de crear una versión mejorada de nosotros mismos.

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