lunes, 15 de marzo de 2010

Percibir la belleza


Número de encuentros con ardillas: 0.
No importa que me pasee por el Retiro a diario, hay lugares de los que no puede una cansarse. Sin duda contribuyen a ello los cambios de estación, que transforman los elementos que configuran el conjunto y les otorgan una apariencia nueva. Le ocurre al palacio de Cristal, que en mi opinión se ha desprendido de la imagen melancólica y fantasmal que ofrecía estos meses atrás, en especial los días lluviosos, y se ha instalado definitivamente en el look primaveral.
Hoy he pasado con Lisa frente a la escalinata de acceso, y una vez más me he detenido para observar de cerca la filigrana de los azulejos y los reflejos del sol en las planchas de vidrio, maravillosos a mediodía. Incluso he hecho una foto. Lisa ha esperado a mi lado pacientemente, pero hace semanas que la observo y me he dado cuenta de que no muestra interés alguno por la arquitectura. No puedo reprochárselo, al fin y al cabo es un perro. Sin embargo, he comprobado que se siente atraída por la Rosaleda, del mismo modo que por los árboles majestuosos o las colinas tapizadas de hierba. Y me he preguntado: ¿acaso su cerebro está preparado para percibir la belleza? Si así fuera, se trataría de un concepto de lo bello asociado a la naturaleza, y no al arte. En los siglos XVIII y XIX, el ansia por conocer lugares remotos y vivir nuevas experiencias llevó a muchos a emprender viajes, en ocasiones a entornos verdaderamente salvajes e inexplorados. Salvando las distancias, tal vez Lisa, cuando sale de casa, se encamina a su Grand Tour particular por el Retiro. Eso sí, prohibido pisar la Rosaleda: no se permiten perros. Vaya por Dios.

No hay comentarios: